Quiero empezar reconociendo que no estoy siguiendo muy de cerca la elaboración del proyecto de Ley de Paridad, tan sólo me llegan las pinceladas que los medios de comunicación resaltan en sus informativos y titulares. Por tanto, dado el 'bombo' que se le dio a la cuestión del orden de los apellidos de los hijos, en caso de desacuerdo entre los padres a la hora de elegirlos, este asunto me ha llegado de forma bastante nítida.
No sé hasta qué punto es necesario regular estas materias, que pretenden acabar con la discrimación de las mujeres y corregir los 'vicios' de la arraigadísima cultura patriarcal de nuestro país. La verdad es que yo nunca me he sentido discriminada por ser mujer, lo que puede deberse al hecho de que nací en un momento histórico y, probablemente, también en una familia y un contexto social, en el que no me inculcaron estupideces del tipo: 'niña, vete a fregar los cacharros que es lo único que sabes hacer' (entiéndase el necesario ejercicio simplificador de la cuestión). Pero, aún así, todo apunta a que dicha discriminación sigue existiendo, y se refleja en todos los ámbitos vitales. No voy a entrar al análisis detallista de cada uno de estos aspectos. Hoy, ni siquiera voy a hacer una valoración general de este tipo de cuestiones y movimientos legislativos que se están produciendo, en pro de acercarse más al logro de una igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Por contra, me voy a centrar en la cuestión de los apellidos.
Me consta, por razones obvias, que desde hace unos 15 años, nuestra legislación permite que los padres elijan el orden de los apellidos de sus vástagos en función de sus deseos, pudiendo ir en primer lugar tanto el del padre como el de la madre, sin embargo esta regulación tiene una laguna, ya que, en caso de desacuerdo, se impone la primacía del apellido paterno. Supongo que por tradición. Y es evidente que se trata de un hecho discriminatorio que no está de más corregir. Pero creo que la forma elegida: que prime el apellido por orden alfabético, en caso de que se produzca dicho desacuerdo, me parece una mini-barbaridad. No tiene ni pies ni cabeza. Dejando de lado el hecho de que los apellidos que comiencen por las últimas letras del abecedario corren el riesgo de desaparecer, quiero centrarme en la idea de que introducir este elemento supone dotar de un vicio al sistema de elección, un vicio que está en la raíz del mismo, ya que a nadie debe escapársele el dato de que, llegados a la situación de desacuerdo, quien tenga apellidos que empiecen por las letras más cercanas a las primeras del alfabeto tiene en sus manos un elemento de presión infalible, puesto que sus intereses se verán satisfechos con el simple hecho de oponerse a que el orden que prime sea el que propone el otro progenitor, al menos en los casos en que los padres intenten hacer primar su apellido, que parece ser la situación que se prevé como la más lógica y esperable. Y en el caso contrario, poco probable según creo, la llave estará en manos de quien tenga un apellido 'posterior' en atención al orden alfabético.
Por tanto, la solución más equitativa que se me ocurre es la misma que ya han propuesto muchos expertos, y que, no por básica y simple deja de ser acertada, establecer alguna forma de sorteo que dirima la controversia entre los padres.
La solución propuesta por los legisladores es, en mi opinión, altemente errónea ya que, no sólo no conlleva la solución de un problema, sino que supone la creación de otro, que no me parece de poca importancia.
PUBLICADO EN 'EL PULSO' EN NOVIEMBRE DE 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario