En principio, y en teoría, el Modernismo y yo no tenemos mucho que ver. Pero sólo en teoría, porque en la práctica, soy muy partidaria de dicho movimiento, en su vertiente poético-literaria.
Es cierto que no me gusta la poesía ripiosa y ñoña que toca temas banales, pero con el modernismo hago una excepción. Y la hago porque,como ya he confesado en diversos artículos, soy una gran amante de la lengua, y no me refiero al órgano gustativo, sino al instrumento de comunicación que la naturaleza ha puesto al servicio del ser humano (al menos de algunos seres humanos).
Y es que ese instrumento de comunicación, para mi es mucho más que éso, es también un medio de diversión, un elemento muy útil para jugar y para crear, con el que se pueden hacer cosas bellas, que lleguen al alma, y cosas sonoras y divertidas que lleguen también al alma, pero a otra parte de la misma, a esa que produce la hilaridad. Y éso es exactamente lo que me gusta del modernismo, la ingeniosa, entretenida, y buscada manera que tenían sus autores de manejar la lengua a su antojo, jugando con ella, divertiéndose, sin tener pretensiones que fueran más allá de lo lúdico, haciendo gala de una gran maestría en el dominio de las palabras.
Subscribo la frase de Carles Francino: "A los periodistas nos gusta ver lo que no quieren que veamos,nos gusta estar donde no quieren que estemos", y añado:"Nos gusta contar lo que no quieren que contemos". María Pérez Ubiera.
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