Uno de los puntos de conexión de quienes crecimos en los años ochenta fue la gran vinculación de nuestra cotidianeidad con "el maravilloso mundo de los rayos catódicos". Es decir, viviamos pegados a la pantalla de un televisor. Delante de ese aparatito, siempre encendido, pasaban nuestras vidas: comiamos, dormíamos, nos entreteníamos y, de paso, nos ayudó a adquirir buena parte de nuestros conomientos y a crear un ideario generacional común.
Eso hizo que el acercamiento de dicha generación a otros medios de comunicación, como la radio por ejemplo, fuese prácticamente nula durante años. Al menos en mi caso así fue. Sin embargo a medida que fui creciendo me acerqué más al invento erróneamete atribuido a Marconi y terminé por rendirme a su innegable encanto.
Mi primer 'enganche' con un programa de radio lo consiguió, hace muchos años, Yolanda Flores, el programa se llamaba "No es un sueño", y se emitía de madrugada de lunes a viernes. Fue una agradable compañía en mis horas de estudio nocturno. Y, poco a poco, me fui habituando a amenizar mis días escuchando los programas de todos los grandes comunicadores de este país: las tardes algunos días eran de Julia Otero, otros de Xavier Sardá. Las mañanas las repartía entre Iñaki Gabilondo y Luis del Olmo, salvo en verano, que solía aliarme con Julio César Iglesias. Más tarde llegaron Gemma Nierga y "su ventana", Nacho Lewin y su agudo sentido del humor, Fernando Delgado, Carlos Llamas, Pepe Domingo Castaño... y finalmente mi adhesión, casi estricta, a la Cadena SER. La culpa la tuvo Aznar, pero esta es otra historia.
Hoy que esa emisora, la que más escucho, está en un profundo proceso de reestructuración, quiero rendir un sincerísimo homenaje memorístico a quiénes durante tantos años me han acompañado. A los que siguen en antena, decirles que sigan contando conmigo, a quiénes ya no estén en proximas temporadas querría darles las gracias por tantos buenos momentos.
Espero tener tiempo para escribiros cartas abiertas a cada uno de vosotros. Gracias a todos, otra vez.
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