Nunca los hago.
En realidad me parece algo absurdo. No creo que el comenzo de un nuevo año, suponga un hito en la vida personal de cada individuo, que le obligue a replantearse su existencia y a comenzar una nueva vida.
Se trata tan sólo de un convencionalismo creado por el hombre, que ni siquera coincide con el comienzo del ciclo vital de este planeta, en su empeño natural por "dar vueltas" alrededor del sol, a la par que lo hace sobre sí mismo.
Siempre he visto mucho más propipicio para hacer balance vital la primavera, con su ímpetu regenerador, con ese esplendor de vida que nos inunda después del letargo invernal. (Entiendo que los alérgicos discrepen de esta opinión). Y, en cuanto a hacer balance organizativo, quizás por la rémora que nos queda a todos los que hemos pasado buena parte de nuestra vida en las aulas,
me decanto por el mes de septiembre, cuando volvemos a salir de un letargo, pero esta vez de sentido inverso: el letargo soporífero del verano. Y la naturaleza, nuevamente, decide despojarse de sus viejas vestimentas e iniciar una nueva etapa, sin la pesada carga del pasado. Quedándose, quizás, tan sólo con la experiencia de lo vivido, seleccionando lo que merece la pena seguir conservando.
Sí, mi año nuevo suele comenzar en septiembre, coincidiendo con las primeras lluvias y la caída de la hoja, y mi impulso vital, mis ganas de despertar y vivir intensamente se reaviva en primavera, cuando los primeros rayos de sol, al atacercer, en ese atardecer que comienza a ser palpable, entran por mi ventana, como un soplo de vida, como una apetecible caricia.
En realidad me parece algo absurdo. No creo que el comenzo de un nuevo año, suponga un hito en la vida personal de cada individuo, que le obligue a replantearse su existencia y a comenzar una nueva vida.
Se trata tan sólo de un convencionalismo creado por el hombre, que ni siquera coincide con el comienzo del ciclo vital de este planeta, en su empeño natural por "dar vueltas" alrededor del sol, a la par que lo hace sobre sí mismo.
Siempre he visto mucho más propipicio para hacer balance vital la primavera, con su ímpetu regenerador, con ese esplendor de vida que nos inunda después del letargo invernal. (Entiendo que los alérgicos discrepen de esta opinión). Y, en cuanto a hacer balance organizativo, quizás por la rémora que nos queda a todos los que hemos pasado buena parte de nuestra vida en las aulas,
me decanto por el mes de septiembre, cuando volvemos a salir de un letargo, pero esta vez de sentido inverso: el letargo soporífero del verano. Y la naturaleza, nuevamente, decide despojarse de sus viejas vestimentas e iniciar una nueva etapa, sin la pesada carga del pasado. Quedándose, quizás, tan sólo con la experiencia de lo vivido, seleccionando lo que merece la pena seguir conservando.
Sí, mi año nuevo suele comenzar en septiembre, coincidiendo con las primeras lluvias y la caída de la hoja, y mi impulso vital, mis ganas de despertar y vivir intensamente se reaviva en primavera, cuando los primeros rayos de sol, al atacercer, en ese atardecer que comienza a ser palpable, entran por mi ventana, como un soplo de vida, como una apetecible caricia.
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